¿Por qué, Señor, cuando pienso en tí, cuando leo de tí, cuando te recibo, siento ganas de llorar?
Mi impotencia, mi deblidad, mi falta de correspondencia, sentirme en deuda contigo... ¡Señor y Dios mío, y no poderte pagar!
"Con tu brazo rescatáste a tu pueblo, a los hijos de Jacob y José"(Salmo 77)
Rescátame a mí, pobre hija del arroyo, de mis enemigos interiores que son los que me apartan de tí; de esos pensamientos alocados que impiden centrarme en una oración constante; que me traen y me llevan cuando quiero estar sólo en tu presencia. Santa Teresa hablaba de la imaginación como la "loca de la casa" y lo que a mí atormenta es esa rueda que no para de girar en mi cabeza, rueda de pensamientos tontos, insulsos que me distraen en la oración cuando quisiera hacerla sin interrupción; oración directa, centrada en tí, como si estuviera ya delante tuya; Señor, a tus pies como María, mientras Marta se afanaba en las cosas de la casa.
Jesús mío, Señor de las proezas ¿no quieres hacer una en mí, una que me centre en tí?
Dame, Dios mío, Padre mío, la constancia al menos para que, en pelea con mis enemigos interiores, aguarde con paciencia ese instante infinito en que pueda estar en tu presencia real, presencia amada y tocable.
Perdón, Señor, perdón, acabo de darme cuenta que estoy pidiendo algo que ya lo experimento, ya te toco, cada vez que comulgo.