
Cómo quisiera hacer ver al mundo y a cada persona que su auténtico mal es estar sin Dios, lejos del Padre, especialmente a todos los que quiero, a los que un tiempo creyeron en Él y le amaron. Un consuelo guardo siempre en mi corazón, aunque el mundo y ellos crean estar sin Él, Él si está siempre con ellos, aguardando, como Padre amoroso, a que se vuelvan y le vean.
Sus angustias, sus temores, su querer suplir el amor de Dios con bagatelas terrenales nunca les puede traer la felicidad, sólo goces momentáneos que no tardan en volverse hastío y desengaño. Son muchos los que, cuando se han dejado tocar por la Gracia de Dios, gracia siempre latente en el alma humana, aguardando a ser recibida, cuando caen de rodillas ante el Padre, reconocen, como hijo pródigo, que a pesar de las apariencias, lo pasaron mal lejos de Él.
Dice San Agustin y dice maravillosamente que si lo hubieran pasado bien lejos de Dios, nunca hubieran regresado a la casa paterna.
Mi rezo de hoy es para que uno solo de esos hijos pródigos vuelva a su Padre Dios y compruebe cómo el Padre le ve de lejos, sale a su encuentro y le acoge en sus brazos, sin preguntas, sin reproches, con todo el amor intacto que guardaba para él desde el día que lo abandonó.